Leyendas becquerianas
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) conocía bien la ciudad de Soria y la zona del Campo de Gómara y del Moncayo por haber pasado algunas temporadas en ellas.
En la leyenda El Monte de las Ánimas, Bécquer narra en 1861 que los templarios y los nobles mueren en una confrontación por el coto de caza que tenía el Temple en el Monte de las Animas, donde se repite la escena con sus esqueletos fantasmales en la noche de todos los difuntos, como pudieron comprobar trágicamente Alonso y Beatriz. La leyenda se recrea en el festejo Noche de Difuntos” desde la Plaza del Rincón de Bécquer hasta el río Duero. También puede conocerse esta leyenda en el audiovisual becqueriano de la Casa de los Poetas.
Y así concluye la leyenda: “Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso”.
En El Rayo de Luna, del año 1862, Bécquer recurre a la margen oriental del Duero, desde el convento de San Juan –que califica como templario- hasta el enclave de San Saturio, para situar la búsqueda nocturna estival por parte de Manrique de una misteriosa "Dama Blanca" de la que se haya enamorado, hasta que medio enloquece al constatar finalmente que la figura blanca que había visto entre el follaje de la alameda no era una mujer sino un rayo de luna. En este relato Bécquer recoge diversos tópicos temáticos del Romanticismo literario con su poética de la ensoñación o imaginación al describir la psicología de Manrique (solitario, introvertido, enamoradizo e imaginativo) y de la naturaleza (Duero, arbolado, jardines, roquedos..). Desengañado, Manrique pasará los siguientes años depresivo sin que nada le consuele: “¡No! ¡no!, no quiero nada...,. es decir, sí quiero…, quiero que me dejéis sólo…. Cantigas…. mujeres…, glorias..., felicidad…, mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna.”